Siguiendo con las explicaciones del amor (de su origen, mantenimiento, consagración o lo que sea referido a él), quisiera hacer una comparación más bien culinaria, que compara a uno de los rellenos más comunes usados en la pastelería con el amor: el merengue. Si se ha visto o escuchado la receta de ese cobertor de tortas se puede creer que es relativamente sencilla para cualquiera que no sufra de parkinson o conozca la diferencia entre lo amarillo y lo blanco: Tomas los huevos, los quebras, sacas la yema sin que se rompa mientras que a la clara la dejas caer en el bowl donde los batirás y agregarás azúcar indiscriminadamente por los próximos 20 minutos, hasta que parezcan la nieve.
Hasta ahi el prodecimiento parece simple. Nada que se pueda quemar, ni hervir, ni cortar. Los huevos son todos iguales y por lo tanto no habrían mayores dificultades para llevar a cabo una tarea tan sencilla como el preparar un menrengue.
Pero a veces , cuando estás preparando el merengue algo inesperado, fatídico, imbécil incluso, ocurre. Estas terminando de romper el último huevo y sin saber muy bien como, se te rompe una yema. La fuente repleta del plasma transparente es invadida sin previo aviso de pequeñas pintitas amarillas que caen azarosamente en la clara. Puedes hacer esfuerzos, correr rápidamente a poner la yema en otro plato pero nada evitará que queden restos de yemas en la clara. No está demás aclarar que la clara en ningún caso se transformará en nieve sin importar cuanto batas o cuanta azúcar le pongas.
Frente a esta adversidad tienes dos opciones para solucionar el embrollo: la primera, es lisa y llanamente, botar la mezcla de claras y yemas asumiendo los costos de la pérdida de las claras, de quedarse con las yemas rebotando , además de la pérdida de energía y trabajo. La segunda opción agarrar la cáscara del mismo huevo y comenzar a sacar una por una los restos de yema que queden en la clara hasta que vuelva a ser transparente. Esta opción suena la más económica y eficiente, sin embargo, el merengue con suerte podrá aspirar a ser agua nieve. Jamás quedará tal como quisiste y esa torta blanca que soñabas no será más que deshielos en el barro.
El amor, tal cual como lo ves, tiene un punto de inflexión. Con precisión no puedes decir cuando empieza pero si cuando termina.
Cuando se te cae una gota de yema en la clara, cuando miras y te das cuenta que no soportas esa forma de tomar la cuchara o de cambiar incesantemente la radio. Cuando ya no quieres más un olor, una mirada, un sabor.
La cocina, el trabajo, el amor, la vida. Todo está hecho de detalles. Anotar "esa" frase en el apunte, ponerte "esa" polera, reirte de "esa" manera, no dejar que el amor tenga una gota de yema.