martes, 7 de febrero de 2012

Dicen que nosotras las mujeres amamos demasiado. Nos acusan de ser y de tener en nuestros cuerpos y nuestros genes algo que nos impide poner freno al huracán romántico llamado amor. Que una mujer enamorada es capaz de matar, abandonara sus hijos, cometer los crímenes más horrendos por amor. Que una mujer enamorada esquiva maltratos y la violencia de un mundo que repite que ese auto va un barranco a 15000 kilómetros bajo tierra. Que una mujer enamorada es capaz de llorar añor por un hombre. Esperarlo toda la vida. Perder toda su vida. Dicen que amamos demasiado y nadie acusa a los hombres por lo poco que aman. Por lo mal que aman. Por ese amor a medias , por transformarlo en un instrumento de ego y competencias intelectuales. Por ese amor a medias que en vez de fascinarse, desprecian. Por ese amor mediocre, incapaz de encontrar las palabras. Las palabras son importantes aunque no las queramos. Aunque a veces sean la clave para los engaños más grandes del mundo. Quizás porque las palabras tienen tanto peso (o ninguno) y nosotras siempre hablablos, (nunca podemos callarnos) , es esa la necesidad de tomar las cosas que suceden en el tercer piso de nuestra cabeza tomen sentido en la realidad, en la plasticidad y efimeridad del sonido. Y es esas palabras a veces queda todo. Todo nuestro esfuerzo en palabras. Y el problema se presenta cuando nos llevan justo a ese mismo acantilado de 15000 kilómetros para que digamos todas esas palabras, venga el viento y se las lleve, ellos alcancen a salir del auto y uno quede siemplemente a un paso de caer.