domingo, 31 de mayo de 2009
Qué sé yo de ti. Nunca me lo había preguntado. Qué sé yo de ti. No quiero responderlo. Qué sé yo de ti. Que micros tomas, que no tomas, que no debo nombrar a Tomás. Qué sé de ti. Tanto como sé de mi. Había escrito "tanto como sé de ti", ¿yo nos habré mezclado tanto?. En contra de tu voluntad más encima. Qué sé yo de ti. Que comemos los completos de forma distinta, a ti siempre te van a salir más baratos. Qué sé yo de ti. Que tienes unas manos poco comúnes, más que las mías.Qué sé yo de ti. Que tomas jugo. Qué sé yo de ti. Que te gusta la ortografía. Qué sé yo de ti. Que comes zapallo italiano. Qué sé yo de ti. Que se te notaba cuando mentías. Qué sé yo de ti. Que eres un melómano. Qué sé yo de ti. Que te gustaban las manzanas. Qué sé yo de ti. Que se me han ido olvidando las cosas que sabía. Qué sé yo de ti. Que todavía sé todas estas cosas. Qué sé yo de ti. Que aún podría llenar una plana de word con cosas que sé de ti. Qué sé yo de ti. Que insisto en decir que se me han olvidado cosas. Qué sé yo de ti. Que te fuiste. Qué sé yo de ti. Que no vas a volver. Qué sé yo de mi. Que no de debería estar esperando.
viernes, 29 de mayo de 2009
El experimento
Y veíamos una película en clases. Y todos gritábamos por lo que pasaba. Gritábamos porque queríamos que el malo perdiera, se muriera, dejara de serlo. Guardábamos silencio porque los golpes que el malo le daba a los buenos -por lo menos a mi- me inquietaban más de que lo que quiero. Y mientras veíamos la película me preguntaba:
- ¿en qué minuto dejé de encontrar algo tan grave a algo menos grave?
- ¿en qué momento acepté atenuantes?
- ¿ qué comenzó a ser importante en mí para que eso pasara a un segundo plano?
- ¿me empezó a dar risa Kike Morandé?
- ¿el amor al dinero me corrompió?
- ¿a qué dinero si yo no tengo nada?
- ¿Empecé a escuchar en serio la opinología de Patty Maldonado o copiar los looks de Raquel Argandoña?
- ¿quieres esto?
- ¿quieres alegar en la película y quedarte callada en la vida real?
- ¿quieres alegar en la vida real y no entender porqué?
¿quieres guardar silencio una vez? me dije mientras los disparos y los pasos se mezclaban en el proyector.
Sólo con una condición .-me respondí.
Dime por qué él.
Das Experiment (2001),Director: Oliver Hirschbiegel , Alemania
jueves, 28 de mayo de 2009
Estaciones sin Rostro
Miércoles 27 de Junio, Estación de Metro Plaza de Armas, 4:13 pm
La estación de metro de la plaza de Armas está ubicada en el punto cero de la ciudad. La cantidad de gente que fluye por las calles aledañas y que utilizan el medio de transporte más querido por los santiaguinos (hasta la llegada del Transantiago) es incuantificable. Escolares, vendedores, adultos haciendo trámites, oficinistas por montones: la multiplicación exacta de todos los personajes de “la oficina” del Japenning con Ja: Canitrot, Gertrudis, el Señor Zañartu o el inconfundible Espinita.
El tránsito de personas no se detiene ni un solo segundo, entrando o saliendo de la estación, subiendo o bajando esas escaleras infinitas que llevan a destino. Lo primero que impresiona es la cantidad de mujeres teñidas que hay en esta ciudad. Será que en un lugar así es más fácil contarlas, pero es realmente impresionante la cantidad de “rubias naturales” que se tiñen “las raíces negras” en este país tan aglosajón.
Las boleterías expuestas en el centro de la estación
La estación de metro de la plaza de Armas está ubicada en el punto cero de la ciudad. La cantidad de gente que fluye por las calles aledañas y que utilizan el medio de transporte más querido por los santiaguinos (hasta la llegada del Transantiago) es incuantificable. Escolares, vendedores, adultos haciendo trámites, oficinistas por montones: la multiplicación exacta de todos los personajes de “la oficina” del Japenning con Ja: Canitrot, Gertrudis, el Señor Zañartu o el inconfundible Espinita.
El tránsito de personas no se detiene ni un solo segundo, entrando o saliendo de la estación, subiendo o bajando esas escaleras infinitas que llevan a destino. Lo primero que impresiona es la cantidad de mujeres teñidas que hay en esta ciudad. Será que en un lugar así es más fácil contarlas, pero es realmente impresionante la cantidad de “rubias naturales” que se tiñen “las raíces negras” en este país tan aglosajón.
Las boleterías expuestas en el centro de la estación
están vacías. La gente se atocha ahí sólo a la hora de cargar la tarjeta Bip. Por mientras, el torniquete que cobra el pasaje escolar está atiborrado de gente. En la fila, un viejo y joven pelean por quién pasa primero. Se gritan y empujan pero muy gallinamente. Pasa el viejo primero, después el joven y todos como si nada. Bip-bip-bip suena la maquina incansable todo el día. Las paredes y los escalones están limpios, prolijos de basura o de rayados. Parece que era verdad el mito que decía que el transporte subterráneo chileno era el mejor del mundo.
El ruido del metro llega a la estación, el carro se detiene y abre sus puertas. Es de los antiguos y en el vagón van dos jóvenes que conversan fuerte tiradas en el piso sobre un carrete. En la esquina un rubio de ojos rojos mira el suelo con cara de pena, ve a la gente mas no es capaz de sostener la mirada. Tiene los ojos con lágrimas contenidas pero no llora. Apoyados contra los vidrios de las puertas que no se abren, va una niña de unos 12 años con su papá. No hablan de nada, viajan en el más absoluto silencio. La cara inexpresiva que tienen todos los pasajeros, exceptuando al que observa con cara de suicida y las minas que hablan en el piso, es exactamente igual. Se miran en los reflejos, se arreglan y siguen con cara de nada. Una insoportable cara de nada que parece como si fuera a explotar a la mínima provocación en gritos o golpes.
Estación de Metro Baquedano 4:17 p.m.
Antes de llegar a la estación toda la gente que se quiere bajar prepara su descenso. Es una de las estaciones más transitadas de las cinco líneas que recorren Santiago ya que se intersecta en este punto con la línea uno. El conductor con una voz seria anuncia por el altoparlante el arribo a la estación de trasbordo. Las niñas que hablan se paran y se limpian el pantalón en la parte trasera, asumiendo que lo tienen entierrado. Los asientos se desocupan y llega el único momento del recorrido donde padre e hija intercambian palabras. “Apúrate, ven a sentarte conmigo”.- le grita el papá a su hija. Es que en el metro los asientos se han transformado en algo insuperablemente valioso desde que el espacio personal en el transporte se vio disminuido ostensiblemente gracias a la inconmensurable cantidad de gente que lo usa por el Transantiago. La adolescente se mueve rápida, certera, como si en el asiento se le fuera la vida.
El pito y el ruido de las puertas anuncian un rápido cambio de pasajeros, tres segundos de espacio para que nuevamente entren y salgan aleatoriamente personas a gradiente y a contra gradiente de concentración. El potencial suicida y las niñas que no se callan, se bajan y se suben nuevos personajes. Esta vez, dos mujeres de unos 40 años cada una. Una, con melena castaña un poco roja y por supuesto, una platinada con el pelo crespo y largo hasta la cintura. Comenzaron a hablar despacio, pero a medida que avanzaba el metro por la infinita línea cinco, la vergüenza despareció: primero hablaron de unos inversionistas japoneses y unas exportaciones “que iban a ser todo un éxito” como si ambas fuesen dueñas del negocio del siglo. Luego desviaron la conversación de tal manera que terminaron hablando de una mujer cuyo marido le ponía el gorro y que no era del total gusto de la blonda: “es que es asqueroso, un wn así, que no se lava ni las manos, lo encuentro cochino, sucio. Aparte tiene una amante y no una amante cualquiera, ¡una prostituta!” dijo la mujer subiendo aún más la voz.“Yo sé que el marido (el cochino) tiene plata, de hecho, una constructora, pero creo que lo pilló con los calzoncillos ¡en la mano! Igual ella lo trataba súper mal, siempre se creyó más que él. No sé realmente, después de esto da pa’ todo”.
A estas alturas el vagón completo estaba en conocimiento de la historia y la opinión de la blonda quien aumentó sus decibeles forma dramática, perdiendo todo el sentido de la intimidad. Una historia sabrosa expuesta en un lugar público de manera privada: se apropian de los espacios que no son de nadie y los hacen suyos, contando eso que no le puede decir a nadie, abusando descaradamente del “nadie me conoce aquí”.
Tramo Irarrázabal – Vicente Valdés 4:26 pm
El ambiente dentro del vagón sigue igual de insulso
El ruido del metro llega a la estación, el carro se detiene y abre sus puertas. Es de los antiguos y en el vagón van dos jóvenes que conversan fuerte tiradas en el piso sobre un carrete. En la esquina un rubio de ojos rojos mira el suelo con cara de pena, ve a la gente mas no es capaz de sostener la mirada. Tiene los ojos con lágrimas contenidas pero no llora. Apoyados contra los vidrios de las puertas que no se abren, va una niña de unos 12 años con su papá. No hablan de nada, viajan en el más absoluto silencio. La cara inexpresiva que tienen todos los pasajeros, exceptuando al que observa con cara de suicida y las minas que hablan en el piso, es exactamente igual. Se miran en los reflejos, se arreglan y siguen con cara de nada. Una insoportable cara de nada que parece como si fuera a explotar a la mínima provocación en gritos o golpes.
Estación de Metro Baquedano 4:17 p.m.
Antes de llegar a la estación toda la gente que se quiere bajar prepara su descenso. Es una de las estaciones más transitadas de las cinco líneas que recorren Santiago ya que se intersecta en este punto con la línea uno. El conductor con una voz seria anuncia por el altoparlante el arribo a la estación de trasbordo. Las niñas que hablan se paran y se limpian el pantalón en la parte trasera, asumiendo que lo tienen entierrado. Los asientos se desocupan y llega el único momento del recorrido donde padre e hija intercambian palabras. “Apúrate, ven a sentarte conmigo”.- le grita el papá a su hija. Es que en el metro los asientos se han transformado en algo insuperablemente valioso desde que el espacio personal en el transporte se vio disminuido ostensiblemente gracias a la inconmensurable cantidad de gente que lo usa por el Transantiago. La adolescente se mueve rápida, certera, como si en el asiento se le fuera la vida.
El pito y el ruido de las puertas anuncian un rápido cambio de pasajeros, tres segundos de espacio para que nuevamente entren y salgan aleatoriamente personas a gradiente y a contra gradiente de concentración. El potencial suicida y las niñas que no se callan, se bajan y se suben nuevos personajes. Esta vez, dos mujeres de unos 40 años cada una. Una, con melena castaña un poco roja y por supuesto, una platinada con el pelo crespo y largo hasta la cintura. Comenzaron a hablar despacio, pero a medida que avanzaba el metro por la infinita línea cinco, la vergüenza despareció: primero hablaron de unos inversionistas japoneses y unas exportaciones “que iban a ser todo un éxito” como si ambas fuesen dueñas del negocio del siglo. Luego desviaron la conversación de tal manera que terminaron hablando de una mujer cuyo marido le ponía el gorro y que no era del total gusto de la blonda: “es que es asqueroso, un wn así, que no se lava ni las manos, lo encuentro cochino, sucio. Aparte tiene una amante y no una amante cualquiera, ¡una prostituta!” dijo la mujer subiendo aún más la voz.“Yo sé que el marido (el cochino) tiene plata, de hecho, una constructora, pero creo que lo pilló con los calzoncillos ¡en la mano! Igual ella lo trataba súper mal, siempre se creyó más que él. No sé realmente, después de esto da pa’ todo”.
A estas alturas el vagón completo estaba en conocimiento de la historia y la opinión de la blonda quien aumentó sus decibeles forma dramática, perdiendo todo el sentido de la intimidad. Una historia sabrosa expuesta en un lugar público de manera privada: se apropian de los espacios que no son de nadie y los hacen suyos, contando eso que no le puede decir a nadie, abusando descaradamente del “nadie me conoce aquí”.
Tramo Irarrázabal – Vicente Valdés 4:26 pm
El ambiente dentro del vagón sigue igual de insulso
que al principio. Sin embargo, ahora el tren pasa de estar metros bajo la gente a estar unos cuando sobre ella. La gente sigue igual, con las mismas expresiones, pero ya no miran hipnotizados las luces del túnel sino que experimentan con el paisaje que generosamente Av. Vicuña Mackenna que les ofrece: Industrias, ventas de bodegas, automotoras, malls, universidades privadas, museos, cárceles, moteles, colegios, basurales, sanjones, pobreza, ostentación, elite y marginalidad. Todo en una animación hecha de papel de 25 minutos, donde no puedes detenerte a mirar nada en profundidad.
Al llegar a la estación Vicuña Mackenna, el tren entra al túnel y repentinamente cambia el lado por el cual se abren las puertas. Damn it! Han cambiado las reglas y la gente que no las conoce se asusta. La falta de humanidad impresiona entre los usuarios del metro. Sin permisos, ni miradas, ni disculpas ni “deje bajar antes de subir” se escuchan entre los pasajeros quienes adoptaron como un mal hábito la ley de la selva. Tampoco conversan. Exceptuando al señor que se sacaba la mugre que tenía entre los dientes, quienes van solos se comportan como entes, como gente que odia vivir.
En Vicente Valdés se bajan todos y el vagón se queda instantes desolado. Se vuelven a subir pasajeros y exceptuando los pololos que ríen y están en el fondo, el ruido del vagón es igual a como si no hubiese nadie. Nulo. Silenciosos, distantes, urbanos, partes de una ciudad en donde sólo audífonos pueden hacer compañía mientras que la música del metro se repite todo el día sin parar, al igual que los pasos de la gente que a tientas busca su destino en los andenes de estaciones con nombres pero sin rostro.
Al llegar a la estación Vicuña Mackenna, el tren entra al túnel y repentinamente cambia el lado por el cual se abren las puertas. Damn it! Han cambiado las reglas y la gente que no las conoce se asusta. La falta de humanidad impresiona entre los usuarios del metro. Sin permisos, ni miradas, ni disculpas ni “deje bajar antes de subir” se escuchan entre los pasajeros quienes adoptaron como un mal hábito la ley de la selva. Tampoco conversan. Exceptuando al señor que se sacaba la mugre que tenía entre los dientes, quienes van solos se comportan como entes, como gente que odia vivir.
En Vicente Valdés se bajan todos y el vagón se queda instantes desolado. Se vuelven a subir pasajeros y exceptuando los pololos que ríen y están en el fondo, el ruido del vagón es igual a como si no hubiese nadie. Nulo. Silenciosos, distantes, urbanos, partes de una ciudad en donde sólo audífonos pueden hacer compañía mientras que la música del metro se repite todo el día sin parar, al igual que los pasos de la gente que a tientas busca su destino en los andenes de estaciones con nombres pero sin rostro.
lunes, 25 de mayo de 2009
Canta conmigo
Hoy, a diferencia de ayer, canto a todo shansho "Somos novios" de LuisMi con una sonrisa que no tiene ninguna razón de ser.
domingo, 24 de mayo de 2009
"Me acuerdo que ese día no podía creer lo que estaba pasando. Me acuerdo que me probé ropa, que di vueltas mi closet. Que me lave, sequé y alisé el pelo en menos de 1 hora. Que ese día esta medio nublado, que estaba urgida por llegar atrasada, por estar cagada de frío, porque se dieran cuenta que estaba mintiendo. Que estuve toda la mañana pensando en qué hacer, aun sabiendo lo que iba a hacer. Que mi decisión era irrevocable. Que me pinté. Que mi papá me dijo, como nunca, que me veía bien. Que no sabía como irme, que estaba preocupada porque la micro no pasaba: que se demoró como 45 minutos en pasar y que parece que me senté en un asiento al lado izquierdo. Que recorrí ese metro tratando de pintarlo de recuerdos nuevos, mejores, con nervios y con una sonrisa tan grande por sentir, pensar que había ganado, pensando que ya nunca más pasaría pensado en una pata y un corazón quebrado. Que no me lo habían petrificado pa siempre. Me acuerdo que ese día estaba súper zen-histérica-pero-zen. Que antes de irme pasé a la casa de mi vecina. Me acuerdo que llevé el bolsito de jeans, con todo lo necesario: cel, plata, pase, brillo y llaves. Ah! Y parches curita. Me acuerdo que me subí al metro y que hice el transbordo, uno que me costaba porque no estaba señalizado. Que igual pensaba en mi cojo, en todo lo que la cagué. Que miraba pa afuera. Que les había preguntado, a cada una de mis amigas, qué era lo que tenía que hacer. Y todas, al únisono, me habían respondido que por una vez en mi vida, dejara de lado mi iniciativa. Que había un sol que se colaba entre las nubes y alumbraba los edificios de la ciudad. Pensaba en qué estaba yo haciendo ahí. Me acuerdo que era un metro viejo. Que estaba nerviosa, que movía la pata de un lado para el otro, que tenía la boca seca, que creo que había comprado halls. Que creo que todavía anda dando vueltas el envoltorio de esos halls por mi casa. Que iba parada. Que tenía tanto miedo que me repetí más de un par de veces que todo iba a salir con una convicción de la mierda. Con una convicción que jamás había tenido. Que salí del metro. Que miré para todos lados. Que llamé por teléfono. Que caminé y caminé hasta que distinguí esa figura".
La llama del amor, Corín Tellado
Madrid 1985. Editorial Alfaguara.
martes, 19 de mayo de 2009
conversaciones
F r a n dice:
naty
Naty dice:
dime
F r a n dice:
tengo unas ganas culias de escuchar una composicion de canciones que sé que me tirarán directamente a la depresión. Actualmente no la tengo, pero me muero de ganas de escucharlas , ¿qué hago?
Naty dice:
jajajajaa
Naty dice:
mmm si no la tienes es una señal
F r a n dice:
de que debo tenerla?
Naty dice:
noo de q no debes escucharla
Naty dice:
jajajajaja
F r a n dice:
jajajajaja
F r a n dice:
ya sé lo que haré
F r a n dice:
esuchare algunas
F r a n dice:
pero no la que me da más pena
Naty dice:
jajaja bueno
naty
Naty dice:
dime
F r a n dice:
tengo unas ganas culias de escuchar una composicion de canciones que sé que me tirarán directamente a la depresión. Actualmente no la tengo, pero me muero de ganas de escucharlas , ¿qué hago?
Naty dice:
jajajajaa
Naty dice:
mmm si no la tienes es una señal
F r a n dice:
de que debo tenerla?
Naty dice:
noo de q no debes escucharla
Naty dice:
jajajajaja
F r a n dice:
jajajajaja
F r a n dice:
ya sé lo que haré
F r a n dice:
esuchare algunas
F r a n dice:
pero no la que me da más pena
Naty dice:
jajaja bueno
lunes, 18 de mayo de 2009
martes, 12 de mayo de 2009
Cuenta
Una cabeza con ideas que quebró en dos partes a un corazón por tres frases que vinieron al cuarto día de mentiras y junto a cinco excusas en que seis minutos terminaron por corregir lo que él venía craneando desde hace siete meses y en ocho estaciones del año se quedó en el otoño eterno de las nueve hojas secas que había en su patio, que tenía exactamente diez dientes de león, en los cuales podía pedir todos esos deseos que quisiera no haber contado después de la once en la casa de su vecina la que escuchaba esa cancion de los doce segundos de oscuridad después de llorar por mal de amores y comerse trece barras de chocolate en catorce minutos el día quince de su ciclo.
Una cabeza con ideas que quebró en dos partes a un corazón por tres frases que vinieron al cuarto día de mentiras y junto a cinco excusas en que seis minutos terminaron por corregir lo que él venía craneando desde hace siete meses y en ocho estaciones del año se quedó en el otoño eterno de las nueve hojas secas que había en su patio, que tenía exactamente diez dientes de león, en los cuales podía pedir todos esos deseos que quisiera no haber contado después de la once en la casa de su vecina la que escuchaba esa cancion de los doce segundos de oscuridad después de llorar por mal de amores y comerse trece barras de chocolate en catorce minutos el día quince de su ciclo.
En papel Roneo
Una niña que va por un sendero encuentra una flor.
Flor que encontró néctar entre su ropa.
Ropa que se encontró a si misma llena de pelusas que venían volando desde un cajón en Oslo.
Oslo es una ciudad fría, sin furia, furia que logró matar a tanta gente, aunque eso no signifique que en Oslo no se muera gente.
Gente que no valía la pena.
Pena por creer que la gente no la vale.
Valor que hace valer a la gente y la confundió en stéreo-tipos absurdos.
Absurda es la vida si uno no consigue .. ¿consigue qué? Que si me pierdo y no encuentro la obnubilización. Palabra que me tuvo obnubilada un buen tiempo.
La repetía a cada rato.
Un rato largo, un rato corto, un rato inexorable es el tiempo dice mi madre.
Mi madre nos reúne y nos distancia.
Distancia de mañana, de pasado , de tarde. Temprano es para arrepentirse y tarde para volver atrás. Atrás de la puerta hay arañas y estábamos nosotros sobre esa cama con ganas de ser desarmada.Desarme de la guerra, desarme de cama. La misma pasión. Distinta focalización
domingo, febrero 25, 2007
Flor que encontró néctar entre su ropa.
Ropa que se encontró a si misma llena de pelusas que venían volando desde un cajón en Oslo.
Oslo es una ciudad fría, sin furia, furia que logró matar a tanta gente, aunque eso no signifique que en Oslo no se muera gente.
Gente que no valía la pena.
Pena por creer que la gente no la vale.
Valor que hace valer a la gente y la confundió en stéreo-tipos absurdos.
Absurda es la vida si uno no consigue .. ¿consigue qué? Que si me pierdo y no encuentro la obnubilización. Palabra que me tuvo obnubilada un buen tiempo.
La repetía a cada rato.
Un rato largo, un rato corto, un rato inexorable es el tiempo dice mi madre.
Mi madre nos reúne y nos distancia.
Distancia de mañana, de pasado , de tarde. Temprano es para arrepentirse y tarde para volver atrás. Atrás de la puerta hay arañas y estábamos nosotros sobre esa cama con ganas de ser desarmada.Desarme de la guerra, desarme de cama. La misma pasión. Distinta focalización
domingo, febrero 25, 2007
Tripas Corazón
Me gustaría que supieras qué mierda fue lo que me pasó cuando te vi, que supieras cómo fue esa esquina, la última vez que te confundí en la calle, la última vez que sentí tu olor, de la última vez que tuve que hacer de tripas corazón. Y la próxima vez que te vea, hago de la razón una radio en mute.
viernes, marzo 30, 2007
viernes, marzo 30, 2007
la técnica
365 días seguidos, ininterrumpidos, agotadores. hay más distancia entre 10 que 730 y menos como 240. Olvidarlo todo, completar lo que te faltaba y rasgar tu corazón por quintagésima séptima vez, esperando que la vez quintagésima octava sea la correcta. La técnica fue carcomiendo la razón, la fue disminuyendo sutil y voraz, como cuando nos mirabamos. La técnica se comió a la razón porque perdió sus razones, sus sentidos. La técnica nos corrompió hasta la sangre. Invadió cada pensamiento. Nos conquistó las calles arboleadas repletas de gente tecnisista. Fue inclemente y orgullosa, altiva. La técnica nos hizo más fríos, despiadados, controladores, calculadores, inseguros, absorbentes. Nos hizo quebrar cuatro, cinco, 20 veces quienes éramos. Nos hizo perder el miedo al miedo. Nos congeló en eso que queríamos ser (llenos de aspiraciones, de hechos, nada). La técnica nos asqueó y llenó de náuseas la vida. Es que no tiene verguenza de lo ridícula que se ve cuando quiere jotearse al corazón hablándole cosas que jamás le han interesado.
domingo, 10 de mayo de 2009
Disnidad
"Una cosa tiene dignidad —enseña Kant— cuando no tiene precio; es decir, cuando no es objeto ni de intercambio ni de negociación."
Carlos Peña, columna de opinión emol, "La alianza de flores"
10 de mayo, 2009
Que retumben esas palabras en tu cabeza.
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